Roger Federer cumple 39 años en mitad de un nuevo proceso de recuperación

Soltar varias líneas bonitas sobre Roger Federer sería algo así como caer en la redundancia. Habrá escritores que hayan expresado y expresarán mejor lo que el tenista suizo ha aportado a nuestro deporte, su condición galáctica ganada a base de pulverizar récords y a sus propios oponentes. Si es un día para felicitar al suizo, es un día también para alabar sus virtudes y dejar pasar lo malo, de disfrutar de, posiblemente, la figura más mediática del tenis.

Incluso puede que, con el paso del tiempo, acabe siendo la figura más longeva. El suizo va ya por su cuarta década en la élite en una carrera que dio sus primeros pasos en 1999, donde un joven Roger con el pelo rubio y pequeña coleta presentaba una exigente pelea ante Yevgeny Kafelnikov, reciente campeón del Open de Australia, en el torneo de Rotterdam. En Marsella consiguió su primera gran victoria, ante Carlos Moyá, mismo escenario sobre el cual llegaría a su primera final ATP un año después. El inicio de una leyenda.

Es momento, también, de hacer hincapié en las virtudes que menos suelen alabarse (algo que, en el caso de Federer, ocurre bastante poco) del 20 veces campeón de Grand Slam. La feroz competencia ante dos monstruos históricos ha hecho que pongamos el listón altísimo a la hora de categorizar intangibles. Conceptos como resiliencia, capacidad de sufrimiento, entereza mental. Emergen cuando vemos a Novak Djokovic triturar a su enemigo tras estar al borde del abismo, o cuando Rafael Nadal levanta el puño con la misma fuerza tras más de cinco horas de partido.

Hay varias maneras de sufrir. En una carrera que ha visto pasar a varias generaciones de tenistas, la longevidad también entraña sus complicaciones. Esa resiliencia en la que Nole o Rafa triunfan, Federer la muestra de una manera diferente. Lo hace cada año en el que saca la Wilson a pasear, cada temporada en la que vuelve a poner el contador a cero y pelea por todo independientemente del kilometraje que el cuerpo lleve encima.

Eso también es resistencia mental. Como lo fue empezar la década pasada viendo cómo tus rivales históricos te pasaban por la derecha. Y Roger seguía en la pomada, avisando de que no se iba a ir, en mitad de habladurías de retirada. Hasta que Wimbledon 2012 lo cambió todo y el genio suizo acalló a las voces más discordantes. ¿Capacidad de sufrimiento? También es reinventarte tras tu año más mediocre (2013), saber explorar tu cuerpo para buscar la más mínima rendija de mejora en tu tenis. Y que, precisamente tras estar tan y tan cerca en varias ocasiones, tras ver cómo tu principal rival en los últimos años disfruta de su periodo de madurez a tu cosa, sigas perseverando por amor al tenis.

Hoy Roger Federer cumple 39 años. Adornar el texto con florituras, con adjetivos grandilocuentes que realcen la estética más allá de la sustancia… no es lo que tocaba hoy. Eso ya se ha hecho muchas y muchas veces. Rozar los 40 y seguir en la pomada es una demostración férrea de amor al deporte del que Roger se retroalimenta. La belleza, en ocasiones, es subjetiva. Pisar una cancha de tenis durante tanto tiempo y ser competitivo sin importar las circunstancias, no.

El genio de Basilea se prepara en silencio para mostrar el último truco de su arsenal. La última gran función. Quizás nunca llegue, quizás ocurra antes de lo esperado. Quizás, dentro de poco, felicitemos el 8 de agosto a un tenista retirado. Quizás este tipo de textos no tengan cabida pronto. Mientras tanto, esperaremos sentados a que Roger Federer juegue su última carta.