Tres días después del ataque aéreo lanzado por Israel sobre Teherán, la región se encuentra al borde de una crisis de mayor escala. La ofensiva, bautizada como “Operación León Ascendente”, arrasó con más de un centenar de objetivos estratégicos iraníes, incluidos complejos nucleares y bases de la Guardia Revolucionaria.

El ataque, preciso y fulminante, provocó la muerte de altos mandos militares iraníes y desató una inmediata represalia de Teherán, que respondió con una andanada de drones y misiles dirigida al corazón de Israel. Aunque la mayoría de los proyectiles fueron interceptados, la tensión ya ha traspasado lo militar.

Los mercados internacionales reaccionaron con nerviosismo: subieron los precios del petróleo y organismos multilaterales emitieron llamados urgentes para evitar una guerra abierta. El equilibrio regional, ya frágil, enfrenta el riesgo de una confrontación sostenida entre dos potencias con un largo historial de antagonismo, pero sin enfrentamientos directos hasta ahora.

Estados Unidos negó su participación directa, pero admitió haber sido informado previamente por Israel. Desde el Pentágono se confirmó el apoyo logístico que incluyó el uso de aviones cisterna y asistencia en la defensa antimisiles. Al mismo tiempo, Washington ordenó la evacuación parcial de personal diplomático en Irak, Bahréin y Líbano, y movilizó fuerzas adicionales hacia Medio Oriente. Esto ha reavivado en el Congreso estadounidense el debate sobre la legalidad de acciones armadas sin autorización legislativa.

Siria, atrapada entre alianzas cruzadas y riesgos colaterales, cerró su espacio aéreo temporalmente y negó cualquier colaboración en las operaciones. El gobierno de Damasco ha señalado que no permitirá el uso de su territorio como plataforma de combate o blanco indirecto.

Con las negociaciones nucleares con Irán suspendidas y una parálisis diplomática global, el conflicto podría escalar más allá del Medio Oriente y reconfigurar el tablero geopolítico global.