I Hate Fairyland, un cómic de esencia oscura

Contrario a la que sigue siendo una idea generalizada, impulsada sobre todo por las producciones Disney y su influencia avasalladora de más de medio siglo, los cuentos de hadas en su concepción original —hace más de cuatro mil años—, no solo eran sumamente oscuros y algunas veces alcanzaban altos niveles de crueldad, sino que ademas estaban pensados para un público adulto; aunque posteriormente comenzaron a utilizarse como una forma de advertir a los niños sobre las peligrosas circunstancias de aquellos tiempos, recurriendo el temor como un vehículo indispensable para sobrevivir.

Por otro lado, el diseño animado que también consolidara la ya mencionada “casa del ratón”, comenzó a reinterpretarse sobre el que parecía ser su único enfoque posible, lo tierno y dulce. De esta forma, a finales de los noventa e inicios del nuevo siglo encontró entre sus máximos exponentes a series como la sádica Happy Tree Friends.

Es con este este par de conceptos que se puede emparentar al cómic I Hate Fairyland, la obra más personal de Skottie Young, uno de los artistas cuya propuesta visual ha marcado tendencia dentro del universo Marvel en los últimos años, a través de múltiples y muy llamativas portadas con versiones infantiles de superhéroes y supervillanos, entre otros proyectos.

I Hate Fairyland es una miniserie protagonizada por Gertrude, una niña atrapada cual Alicia —si, la del país de las maravillas— en una realidad alterna de criaturas y parajes insólitos. Ella pasó de ser inocente y encantadora a neurótica, amargada y destructiva debido a que ya lleva 27 años ahí, y aunque su mente ha crecido, su cuerpo no, y en su afán de escapar va haciendo pedazos a todo aquel que se atreva a cruzarse en su camino, y bueno, también a los que solo pasaban por ahí.

El también responsable del disparatado cómic en solitario de ese fúrico mapache integrante de los Guardianes de la Galaxia, apuesta aquí por una premisa ideal para aprovechar las libertades creativas que da el mercado independiente, y auspiciado por uno de los sellos más importantes dentro del mismo, de rienda suelta a su espíritu subversivo, alimentado por la comedia disparatada de la Revista Mad —que él mismo ha señalado como una de sus principales influencias—. Con esto lleva al extremo su muy particular estilo cartoon y en complicidad con el colorista Jean Francois Beaulieu, entrega escatológicas secuencias plagadas de detalles y fondos con efectos de luz, en donde los tonos pastel se mezclan con la sangre y un marcado e irresistible  tufo a mala leche.

Pero eso no es todo, lo mejor está en que el humor negro y la gestual exacerbada le sirven a Young para transgredir los estereotipos y ensoñaciones, a veces en el sentido más literal. Ejemplo de esto es cuando sorprende con una delirante masacre de estrellas fugaces o juega con la cuarta pared en pequeños intros que siempre culminan de forma violenta.

Asimismo, Skottie Young se vale de los mismos elementos para crear su propio universo, que va de presentar personajes como una oruga gangsteril hiphopera, ejércitos de hongos con aire a policía londinense, hasta “gigantes risueños” y faunos zombies, así como sus propias formas de indultos utilizando distintos tipos de fuentes en los globos de diálogo.

Estamos ante un cómic retorcido, estridente, que no es para todos los gustos, pero le resultará muy divertido a los amantes de los excesos, los cuales aquí son el instrumento para reinventar las formas de acercarse a la fantasía, recuperando irónicamente uno de sus rasgos más tradicionales. Publicado originalmente por Image, I Hate Fairyland es traído a Mexico por Editorial Kamite en formato grapa y con las respectivas portadas alternativas.