En medio de la escalada de violencia en Gaza, los devastadores efectos del último bombardeo israelí en Rafah han dejado un saldo desgarrador. Con más de 36 mil muertos y 81 mil 26 heridos desde octubre, la situación humanitaria alcanza niveles críticos. Además, cerca de un millón de personas han huido de Rafah, enfrentándose a condiciones deplorables en busca de seguridad.
El ataque, que dejó 66 víctimas en las últimas 24 horas, ha sido condenado internacionalmente, incluso después de la orden de la Corte Internacional de Justicia para detener la operación en el área. La fiscal principal del Ejército de Israel ha reconocido la gravedad del incidente, mientras se lleva a cabo una investigación sobre el bombardeo contra un campo de refugiados, que cobró la vida de numerosas mujeres, niños y ancianos.
Las reacciones de repudio no se hicieron esperar, con llamamientos tanto de Hamás como de Fatah a detener la agresión. Organizaciones humanitarias como Médicos Sin Fronteras y la agencia de la ONU para los refugiados palestinos han descrito la situación como “una noche sangrienta” y “aterradora”.
La comunidad internacional, incluyendo a algunos países europeos y la Administración Americana, ha sido señalada como cómplice de esta masacre, que ha cobrado vidas indefensas en un conflicto que parece no tener fin.